Se despertó sobresaltada,
empapada en sudor y con las pulsaciones a mil por hora, a la vez que se
incorporaba en la cama y observaba a su alrededor. A pesar de que la oscuridad
reinara en la habitación, se sintió aliviada al oír la lenta y acompasada respiración
de su compañera, que yacía plácidamente dormida.
Aún aterrada por la
pesadilla, enterró la cabeza entre las piernas, haciéndose un ovillo, deseando empequeñecerse
hasta el punto de desaparecer. Cerró los ojos, apretándolos con fuerza, como si
de esa forma pudiese hacer borrar de su cabeza a los monstruos que habitaban en
su mente y aparecían en la mayoría de sus sueños. Reprimió un sollozo a la vez
que una lágrima le resbalaba por la mejilla, dejando marcado su recorrido desde
el lagrimal hasta la comisura de la boca.
Así, sin saber exactamente
cuándo, consiguió dormirse de nuevo y, esta vez, no soñó.
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