Apareció sin avisar aunque, de alguna forma, él ya la
esperaba. Sabía que tarde o temprano la conocería. Preferiría que hubiese sido
tarde. Quiso mirarle a la cara, pero la oscuridad creada por la capucha no le
permitía hacerlo. Ella le observó, tal vez evaluándole, tal vez solo curiosa. No
tardó en desviar la vista hacia el cadáver para examinarlo. Tenía una bala en
el estómago, que derivó en una muerte lenta y dolorosa. Pero había algo más.
Había reconocido el rostro.
–Con que tú eres quien me ha estado dando tanto trabajo… –murmuró.
El hombre asintió, orgulloso, al recordar cada asesinato. Recordó
la sensación que le invadía cada vez que notaba como la vida abandonaba a sus
víctimas. Cada vez que entraba a escondidas para lograr sorprenderlas. Cada vez
que notaba cómo se estremecían cuando les recogía el pelo detrás de la oreja
para susurrarles algo, aprovechando para olerlas a su vez. Decidió que no quería
morir recordando la última como un hecho lejano. Se acercó a La Parca lo
suficiente para poder arrebatarle la guadaña en cualquier momento y, esbozando
media sonrisa, casi en un susurro, respondió:
–Tranquila, parece que este es el último.
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