sábado, 8 de noviembre de 2014

La curiosidad no mató al gato











       Intentó ser puntual para cumplir con su horario, pero eso no era lo suyo. Aparcó frente a la casa a las 22:37, llegando con treinta y siete minutos de retraso. El tiempo dejó de importarle hace mucho, cosa que solo podían saber aquellos pocos que le conocían bien.
       No salió del coche, sino que permaneció sentado en el asiento del conductor un buen rato, observando. Pudo ver que habían dos coches en la entrada. ¿Tendría visita o simplemente tenía dos vehículos? Observó cómo se iban encendiendo y apagando las luces de las habitaciones que tenían ventanas. Formaban un recorrido. Quiso imaginarse las habitaciones, los pasillos, el salón, la cocina,... Incluso a la persona que vivía en ella.

         <<¿Cómo serán sus vidas antes de mí? –Pensaba para sí mismo antes de cada trabajo– ¿Serán felices?>>


       Nunca podía responder esa pregunta, pues lo único que veía en cada víctima era el terror que les producía verle a él, cuchillo en mano, decidiendo por ellos el final de sus vidas.




lunes, 3 de noviembre de 2014

Entrega realizada

El fugaz sonido de una bala volando contra el viento silbó a través de su pelo, rozándole la oreja. Se llevó la mano al lugar que ahora le quemaba, presa del dolor, a la vez que se giraba para ver dónde había impactado el proyectil. Se sorprendió al ver la precisión del tirador, que acertó entre ceja y ceja de un hombre que ahora yacía en el suelo, sin vida. Deseó que de verdad hubiese sido precisión y no mala puntería, porque eso significaría que ella era su verdadero objetivo. No le alivió pensar que tal vez fuese el siguiente. Se volvió para ver de dónde procedía el disparo. Una silueta que descubrió entre las sombras se aproximaba hacia ella a paso lento, vacilante. Llevaba la pistola en la mano, pero no le apuntaba. La chica le apuntó, volviendo a guardar en un cajón bajo llave el miedo que se había permitido mostrar unos segundos atrás. La sombra se acercaba cada vez más a la luz que desprendía la farola que les separaba.
A medida que se acercaba, pudo ir distinguiendo las facciones de su rostro, aunque no fue hasta que entró lo suficiente en el foco de luz que pudo reconocerle.

Él.

De todas las personas del mundo, era la última en la que había pensado y, a pesar de ello, ahí estaba, con sus característicos aires de grandeza. Alzó la pistola a la altura de la boca, colocando el cañón hacia arriba, y sopló, imitando a un Cowboy que acababa de ganar un duelo. Le guiñó un ojo a la chica a la vez que le dedicaba su amplia sonrisa sin parar de caminar.
Cuando llegó a la altura del ahora cadáver, se agachó para observarlo de cerca. Examinó la zona de entrada de la bala y volvió a sonreír, esta vez para sus adentros. Era un trabajo perfecto, digno de alguien de su calibre. Se volvió de nuevo hacia la chica.
–Es una lástima haber tenido que disparar desde lejos –dijo mientras enfundaba de nuevo su pistola–. Tenía la frase perfecta.
–Es una lástima que hayas disparado –respondió ella–. Tenía la muerte perfecta.
–¿Tú o él?
El chico la miró divertido. Unos minutos antes, aquel hombre se estaba abalanzando sobre ella, aprovechando un momento de descuido. Él no habría disparado si no lo hubiese considerado necesario. Al fin y al cabo, no era su trabajo. Y ella lo sabía. La chica le lanzó una rápida mirada de odio momentáneo.
Se alejaron del cadáver en un silencio que no resultaba incómodo, cosa que agradecían. La chica sacó el móvil del bolsillo para enviar un breve mensaje:
“Entrega realizada.”