jueves, 2 de octubre de 2014

A la luz de la una





La noche ya se había abalanzado sobre él, que luchaba por no acabar de nuevo en los brazos de Morfeo antes de poder terminar su cometido. Sabía que era cuestión de tiempo que la mente abandonase el cuerpo para elevarse a un nivel sobre el cuál no tendría control, pero ese momento parecía no llegar nunca. 
Se desesperaba al observar la hoja en blanco y ver que en ella no había nada diferente a la última vez que la miró. El hecho de que no fuese la primera vez que le ocurría era lo que conseguía ponerle de los nervios. 

Ya era un ritual. Llegar a casa y despejar la mente en una bañera espumosa, que parecía desbordarse en el momento en el que introducía el primer pie, acompañado de un cigarro y la maravillosa voz de aquella soprano que conseguía erizarle la piel para, después, sentarse en su pequeño escritorio de madera, donde le aguardaba su vieja máquina de escribir, aquella que solo utilizaba cuando tenía la intención de crear algo hermoso. 
Por desgracia para él, desde hacía tiempo, jamás conseguía presionar una tecla sin acabar convirtiendo su obra en una bola arrugada de papel que acababa junto a otra decena en la basura.

Aquella máquina de escribir que le había acompañado desde joven, ahora era un recordatorio constante de tiempos mejores, cuando se olvidaba de dormir por darle vida a sus personajes o por crear bellos mensajes que, después de escribirlos, los guardaba en una caja, convirtiéndolos así en sus mayores secretos.

Miraba el reloj, cansado de no escuchar más que el sonoro tic-tac y su propia respiración. A pesar de sus esfuerzos, no lograba olvidarse del reloj, que ahora marcaba la una. No era la primera vez que se paraba a pensar sobre su vida mientras observaba la fina manecilla que marcaba ritmicamente los segundos, recordándole que pasaban los minutos y él seguía como su hoja: en blanco.
De pronto, algo en su cabeza se activó. Sintió cómo su mente ascendía a un nivel que él no podía controlar, dejó de pensar en su reloj, dejó de añorar aquellos tiempos y empezó a acariciar las teclas de su vieja máquina con la ilusión de aquel niño que por primera vez es consciente de que, lo que ve sobre las carrozas de su pueblo, son los Reyes Magos.

En cuestión de segundos, ya había logrado escribir la primera frase:

La noche se había abalanzado sobre él".


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