Sin
saber exactamente cuándo, dejó de sentir. Ya no sentía la tristeza, pero
tampoco la alegría. Le abandonó la empatía, al igual que lo hicieron los
nervios. La preocupación por no sentir era inexistente. El único sentimiento
que ahora albergaba en su interior era la calma.
Demasiada calma.
La
reconocía. Era la calma que precedía a una larga tempestad. Su notable
disminución de paciencia le ayudaba a predecir lo que traería la tormenta. Lo
había visto antes, tanto en libros como en series policíacas.
No
sabía exactamente cómo, pero algo había cambiado en su interior. Ahora solo
podía notar pequeños cambios. Se había vuelto metódico, había dejado de sentir.
Sabía
lo que venía a continuación.
Ahora
solo podía esperar a que pasase.
Era
cuestión de tiempo.
El
desencadenante.
No hay comentarios:
Publicar un comentario