viernes, 17 de octubre de 2014

Calma



Sin saber exactamente cuándo, dejó de sentir. Ya no sentía la tristeza, pero tampoco la alegría. Le abandonó la empatía, al igual que lo hicieron los nervios. La preocupación por no sentir era inexistente. El único sentimiento que ahora albergaba en su interior era la calma.

Demasiada calma.

La reconocía. Era la calma que precedía a una larga tempestad. Su notable disminución de paciencia le ayudaba a predecir lo que traería la tormenta. Lo había visto antes, tanto en libros como en series policíacas.
No sabía exactamente cómo, pero algo había cambiado en su interior. Ahora solo podía notar pequeños cambios. Se había vuelto metódico, había dejado de sentir.
Sabía lo que venía a continuación.
Ahora solo podía esperar a que pasase.
Era cuestión de tiempo.

El desencadenante.

sábado, 11 de octubre de 2014

La Parca




Apareció sin avisar aunque, de alguna forma, él ya la esperaba. Sabía que tarde o temprano la conocería. Preferiría que hubiese sido tarde. Quiso mirarle a la cara, pero la oscuridad creada por la capucha no le permitía hacerlo. Ella le observó, tal vez evaluándole, tal vez solo curiosa. No tardó en desviar la vista hacia el cadáver para examinarlo. Tenía una bala en el estómago, que derivó en una muerte lenta y dolorosa. Pero había algo más. Había reconocido el rostro.

–Con que tú eres quien me ha estado dando tanto trabajo… –murmuró.

El hombre asintió, orgulloso, al recordar cada asesinato. Recordó la sensación que le invadía cada vez que notaba como la vida abandonaba a sus víctimas. Cada vez que entraba a escondidas para lograr sorprenderlas. Cada vez que notaba cómo se estremecían cuando les recogía el pelo detrás de la oreja para susurrarles algo, aprovechando para olerlas a su vez. Decidió que no quería morir recordando la última como un hecho lejano. Se acercó a La Parca lo suficiente para poder arrebatarle la guadaña en cualquier momento y, esbozando media sonrisa, casi en un susurro, respondió:


–Tranquila, parece que este es el último.

miércoles, 8 de octubre de 2014

El cigarro de después



Se sentó frente al cuerpo sin vida, observándolo, empapándose de cada detalle para poder revivir la escena más tarde. Hacía tan solo unos segundos, estaba apretando el cuello de la mujer contra sus manos. Notó que cada vez necesitaba menos fuerza para sujetarla. Le excitaba tener en sus manos el poder de elegir entre la vida y la muerte de sus víctimas pero, a pesar de la sensación que le producía, una parte de él sabía que aquello no estaba bien y tenía que terminar. Se prometió que sería la última vez, de la misma forma que lo hizo todas las anteriores. 

Se quedó observando su trabajo, valorándolo, admirando el rostro de la mujer, que ahora yacía inerte en el suelo. Sus ojos abiertos y el pálido rostro denotaban el terror de su último instante de vida. El hombre no intentó reprimir la sonrisa que ahora se le dibujaba en el rostro. Había sido un buen estrangulamiento. Se lo había pasado bien. Satisfecho, encendió un cigarro mientras miraba a los ojos al cadáver de la mujer. Le mostró la cajetilla de tabaco abierta y, tras darle la primera calada al suyo, le ofreció:

      -¿Quieres uno? Esto no va a matarte.

viernes, 3 de octubre de 2014

Pesadillas







Se despertó sobresaltada, empapada en sudor y con las pulsaciones a mil por hora, a la vez que se incorporaba en la cama y observaba a su alrededor. A pesar de que la oscuridad reinara en la habitación, se sintió aliviada al oír la lenta y acompasada respiración de su compañera, que yacía plácidamente dormida.

Aún aterrada por la pesadilla, enterró la cabeza entre las piernas, haciéndose un ovillo, deseando empequeñecerse hasta el punto de desaparecer. Cerró los ojos, apretándolos con fuerza, como si de esa forma pudiese hacer borrar de su cabeza a los monstruos que habitaban en su mente y aparecían en la mayoría de sus sueños. Reprimió un sollozo a la vez que una lágrima le resbalaba por la mejilla, dejando marcado su recorrido desde el lagrimal hasta la comisura de la boca.


Así, sin saber exactamente cuándo, consiguió dormirse de nuevo y, esta vez, no soñó.

jueves, 2 de octubre de 2014

A la luz de la una





La noche ya se había abalanzado sobre él, que luchaba por no acabar de nuevo en los brazos de Morfeo antes de poder terminar su cometido. Sabía que era cuestión de tiempo que la mente abandonase el cuerpo para elevarse a un nivel sobre el cuál no tendría control, pero ese momento parecía no llegar nunca. 
Se desesperaba al observar la hoja en blanco y ver que en ella no había nada diferente a la última vez que la miró. El hecho de que no fuese la primera vez que le ocurría era lo que conseguía ponerle de los nervios. 

Ya era un ritual. Llegar a casa y despejar la mente en una bañera espumosa, que parecía desbordarse en el momento en el que introducía el primer pie, acompañado de un cigarro y la maravillosa voz de aquella soprano que conseguía erizarle la piel para, después, sentarse en su pequeño escritorio de madera, donde le aguardaba su vieja máquina de escribir, aquella que solo utilizaba cuando tenía la intención de crear algo hermoso. 
Por desgracia para él, desde hacía tiempo, jamás conseguía presionar una tecla sin acabar convirtiendo su obra en una bola arrugada de papel que acababa junto a otra decena en la basura.

Aquella máquina de escribir que le había acompañado desde joven, ahora era un recordatorio constante de tiempos mejores, cuando se olvidaba de dormir por darle vida a sus personajes o por crear bellos mensajes que, después de escribirlos, los guardaba en una caja, convirtiéndolos así en sus mayores secretos.

Miraba el reloj, cansado de no escuchar más que el sonoro tic-tac y su propia respiración. A pesar de sus esfuerzos, no lograba olvidarse del reloj, que ahora marcaba la una. No era la primera vez que se paraba a pensar sobre su vida mientras observaba la fina manecilla que marcaba ritmicamente los segundos, recordándole que pasaban los minutos y él seguía como su hoja: en blanco.
De pronto, algo en su cabeza se activó. Sintió cómo su mente ascendía a un nivel que él no podía controlar, dejó de pensar en su reloj, dejó de añorar aquellos tiempos y empezó a acariciar las teclas de su vieja máquina con la ilusión de aquel niño que por primera vez es consciente de que, lo que ve sobre las carrozas de su pueblo, son los Reyes Magos.

En cuestión de segundos, ya había logrado escribir la primera frase:

La noche se había abalanzado sobre él".